viernes, 5 de agosto de 2011

¿UN DIRECTIVO ES UN OBRERO O UN PODEROSO RICACHÓN?



La felicidad no es un mito
Se dice del directivo que es como una especie de demonio. Se le ha demonizado tanto, que incluso los propios directivos hablan mal de ellos mismos… parece que está de moda. Es lógico, que en tiempo de crisis, este supuesto sea el más fácil de defender… pero, ¿qué hay de cierto en ello?
Hace escasamente unos años, el directivo venía a ser un Dios. Un ser iluminado que traía a la empresa unos resultados positivos y un margen de beneficio muy elevado. Es decir, los resultados eran tan buenos, que el directivo era el que hacía que eso pasara… entonces, ¿es Dios o demonio?
Antes de responder a esa pregunta, habría que hacerse otra. ¿Cuál es el objetivo último de una empresa? Las respuestas pueden ser varias, por ejemplo, asegurar su supervivencia a largo plazo, estar al servicio de los clientes y/o a la sociedad, aumentar los beneficios o la dimensión de la empresa y maximizar el valor de la empresa a largo plazo para los propietarios (accionistas).
Cada objetivo último planteado anteriormente lleva a la compañía a direcciones diferentes, o mejor dicho, la ponderación mayor de cada objetivo hace que la organización tome un rumbo u otro. No debemos de olvidar que hay una interrelación entre los distintos objetivos.
Si no hay un alineamiento correcto entre los propietarios / accionistas de la empresa, los dirigentes de la empresa y la sociedad, seguirá pasando lo mismo: en época de bonanza el directivo será visto como un ser todopoderoso; mientras que, en la escasez, se le asociará con el mismísimo demonio por sus malos resultados.
Por estos motivos, antes de empezar a trabajar como directivo conviene tener en cuenta tres fractores:
- El éxito se tiene que medir en función del de la empresa, no en función del triunfo personal. En cuanto se llega a la organización, el ego se guarda en el bolsillo.
- El logro del directivo tiene que ver con hacer que la empresa proporcione valor a sus accionistas y propietarios. Es decir, generar un beneficio económico. Se trata de devolver el capital a los que han invertido el dinero en la empresa.
- El éxito se demuestra desde la ética no desde la estética. Hay unas reglas de juego que deben ser respetadas. No vale conseguir resultados a cualquier precio. El ego, también denominado 'necedad profunda', será el mayor enemigo en este juego.
Los parámetros para que el directivo haga bien su trabajo y se supere son:
- Conseguir los objetivos planteados por y para la compañía. Es decir, resultados económicos.
- Lograr un buen clima laboral en la empresa.
- Fomentar la viabilidad de la organización a largo plazo (a partir de un año). No buscar atajos cortoplacistas. Este aspecto es el más complicado, ya que los propietarios (accionistas) de la organización tienen que estar alineados con este parámetro.
La conciliación de los estos parámetros y las tres claves dará como resultado, una optimización de la empresa, tanto en los momentos de opulencia como en los más complicados.
El directivo no es un héroe, ni ningún pusilánime. Es un simple mortal al que se le pide unos resultados como a cualquier trabajador, pero a una escala superior porque su responsabilidad es mayor por las consecuencias que tiene la decisión que toma.

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