No se trata de tener miles de
ideas. No se trata de visitar compulsivamente nuevos potenciales clientes. Se
trata de concretar pocas ideas, las que realmente son una oportunidad. Se trata
de convencer a alguien que te compre. Algunos confunden el ruido con el
resultado. Para algunos trabajar es moverse cuando en realidad se trata de
mover a los proyectos y que los demás nos compren las propuestas. Esta actitud
diferencia aquellos que tienden al aspaviento profesional de los que tienden
realmente a resultado. Algunos no descubren nunca la diferencia entre el núcleo
y la periferia del negocio. Practicar el aspaviento en la periferia del negocio
es parafernalia, mover el núcleo, es categórico.
Emprender es un verbo que conjuga
bien. Ser emprendedor es “cool”. Hablar de emprendimiento es casi una
obligación en cualquier discurso político. Y la verdad es que se crean empresas,
aunque la mayoría no crecen. Entre estos emprendedores hay algunos que tienen
una “pose” especial. Por el hecho de ser jóvenes y tener una idea creen que los
demás tienen obligación de invertir en ella. Y se equivocan. Esto no va así.
Pueden adoptar el papel de víctimas que quieran, pero la realidad es algo más
contundente, y si quieren comprobarlo que vayan a Silicon Valley, la meca del
“entrepreneurship”. Allí aprendí que la forma de ayudar a los emprendedores es
a través críticas severísimas que los hacen crecer y mejorar.
Emprender no es un ejercicio de
arrogancia, si no de seducción. Los que no son capaces de seducir a “fools,
friends and family” o los profesionales de la inversión de riesgo “Venture
Capital " es probable que tampoco acaben seduciendo a sus futuros
clientes. Emprender es un ejercicio de esfuerzo en el que el riesgo va por
delante de la retribución. En el que mejor no ponerse a contar horas y mejor
pagar con ilusión y adrenalina las primeras dedicaciones. Emprender es un
ejercicio de compromiso, primero, con el valor que se quiere ofrecer a los
futuros clientes, segundo, con los que han creído en la oportunidad y han
invertido y en tercer lugar, con uno mismo. Emprender es una forma de liderar
oportunidades en equipo. Es compartir con los demás un proyecto en el que cada
uno acepta humildemente aquello en el que el otro es mejor. Es construir un
puzzle alrededor de una idea que crece y se transforma, a veces sinuosamente,
en algo que en lo que tienen que creer algunos inversores y en algo que tiene
que generar utilidad o emoción para los clientes.
Emprender es una de las salidas a
la crisis con más dosis de responsabilidad social. Me paso el día entre
emprendedores. Algunos no son jóvenes, otros sí. Pero creo especialmente en
aquellos que arriesgan significativamente algo de su parte, creo en los que
traspiran capacidad de aprender, en los que son tenaces en su idea pero
flexibles en los contornos de mejora. Creo en los que han fracasado, saben
porqué y vuelven a la carga con más ganas que nunca. Y no creo en los que no
ponen nada de su bolsillo, en los que lo entienden como un trabajo en el que
otros tienen la obligación de invertir y ellos la opción de triunfar. No creo
en los que, desde la arrogancia absurda del que nunca ha demostrado nada,
adoptan una pose de incomprensión que es mucho más cómoda que una autocrítica
severa del porqué no convencemos a los demás.
Para emprender: grandes dosis de
humildad, de compromiso esforzado y de capacidad de aprender. Estos son los
emprendedores en los que creo y los que seducen. Por suerte, los demás, los que
hacen del emprendimiento una “pose”, son minoría. Al menos son minoría en mi
entorno.
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