El vértigo del 'coaching'
El coaching es un desafío enorme para organizaciones, directivos e incluso para formadores. Y lo es porque supone asomarse a un abismo en el que las ecuaciones no son simples y las consecuencias pueden resultar sorprendentes.
En ese sentido, uno de los grandes problemas con los que se enfrenta el coaching es la tendencia a equipararlo con la formación, un error de concepción que puede lastrar muchos procesos y abocarlos al fracaso.
Es tal esta tendencia que incluso el coach profesional parte con frecuencia de unos preconceptos procedentes de la formación tradicional que obstaculizan notoriamente su trabajo. A mis colegas y a mí mismo nos toca deshacernos de una herencia arraigada en el antiguo modelo de formación basado en la transmisión de conocimientos, y, en su lugar, adoptar una metodología vanguardista y contracultural basada en el entrenamiento de la pregunta y la escucha. Es por ello que entrenar a directivos para que sean coaches se transforma en una tarea de enorme atrevimiento e innovación, en buena medida porque los guiones para este modelo de intervención se están aún escribiendo.
Por su parte, el mundo empresarial no tiene inconveniente en reivindicar el coaching como la gran herramienta para el desarrollo del liderazgo de sus directivos. Sin embargo, a poco que se rasque en la superficie se descubre que demasiado a menudo lo que realmente pretenden obtener para sus organigramas no son verdaderos coaches, sino simples gestores con una capa de barniz. Y es que algunas empresas no están dispuestas a permitir que sus directivos tengan ideas propias y busquen más allá de su ámbito de gestión nuevos modelos para inspirar a sus equipos.
El coaching no consiste en una simple transferencia de conocimientos, sino que requiere entrenamiento en parcelas altamente sensibles, en muchos casos
Así vemos como, el directivo, muchas veces está más interesado en que se le transfieran ideas y conocimientos que en recibir un estímulo que le remueva por dentro, le dote de recursos para pensar por sí mismo y le habilite para tomar decisiones relevantes. El directivo está muy dispuesto a aprender mientras ese aprendizaje le permita permanezcer en su espacio de confort. Pero, eso sí, su vida interior que no se toque ni investigue.
El problema de la falta de cultura de coaching es que a éste no se accede por una simple transferencia de conocimientos, sino que requiere entrenamiento en parcelas altamente sensibles, en muchos de los casos. Para los directivos, como para el resto de los mortales, el coaching puede ser doloroso y producir un vértigo feroz. Y esto porque recorre un camino en el que a ratos hay que mirar, y hasta explorar, lugares poco gratos y que, hasta ahora, se consideraban ajenos al desarrollo profesional.
La buena noticia es que, por lo general, si se hacen bien las cosas, los esfuerzos de todo coach, organización y directivo suelen acabar recompensados. Y es muy posible que en ese proceso, no exento de dificultades, el directivo adquiera una nueva visión de la que emane un estilo de liderazgo más llano y coloquial. Más cerca de un directivo líder que de un mero gestor.
Pero para lograrlo los propios directivos deberán estar dispuestos a alejar los fantasmas de muchas ideas preconcebidas acerca del coaching. Y, por supuesto, deberán estar dispuestos a asumir riesgos. Dispuestos, en suma, a sufrir el vértigo que supone mirar hacia su propio interior.
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